Eli Pariser: El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos.

Acabo de finalizar la lectura de este libro. Con buena parte de sus ideas todavía bullendo en mi interior me atrevo a calificarlo como un libro solvente, documentado, didáctico, visionario y estremecedor en muchos aspectos.

Cuando varios miles de millones de personas son usuarios activos de internet y se lanzan a consultar y producir información, jugar, contactar con otras personas, comprar y vender, escribir artículos y blogs, dar cuenta de su intimidad a través de fotos, ocurren muchas cosas que están totalmente fuera de su control y quizás también de su imaginación. Este libro intenta ofrecer luz para que nuestro uso de la red sea más precavido o al menos tengamos mayor conciencia de lo que se cuece detrás de todas esas maniobras cotidianas.

El libro expone de forma muy clara cómo el sueño inicial de internet como un escenario de libertad y de amplificación infinita del conocimiento, así como nuestra esperanza de ver destruidas la mayoría de barreras a una auténtica democracia global, se van desdibujando dramáticamente. La pretendida igualdad de acceso a la cultura y a la información, precursora de un diálogo abierto entre toda la raza humana, flujo permanente a la apertura de ideas y caldo primitivo de la novedad y progreso, se ve amenazada por la acción absolutamente relevante de los algoritmos de búsqueda y los mecanismos de personalización que condicionan nuestra vida y acceso diario a la red.

Sus efectos son los propios de vivir en una burbuja, la cómoda y plácida zona de confort que procuran los asistentes digitales de las grandes empresas de servicios. Su ayuda, simplicidad y eficiencia eliminan buena parte de nuestras resistencias. Sin embargo, Pariser nos muestra de forma convincente los efectos de la situación. En síntesis, esta dinámica deriva en aislamiento, en la medida en que desaparece lo alternativo a mis propios gustos y experiencias anteriores, ya que éstos se han sellado con mi propio grafo digital, la historia de mis clics, de mis me gusta, de mis compras, consultas y publicaciones.

Otro efecto apreciable es la pasividad del usuario que actúa en la red, en la medida en que el constante eco de mis propias ideas que me procura la personalización solo lleva a la autoconfirmación de las mismas, sin que se vea favorecido el encuentro con lo opuesto, lo diverso, lo polémico. Desaparecen fácilmente la serendipia y la creatividad, fuentes tradicionales de conocimento. Además, el diálogo abierto cede ante la esclerotización de mis ideas, derivando hacia el extremismo y el fanatismo de las burbujas sectarias que se forman. La autoconfirmación y la retroalimentación constante de mi identidad digital frena así la maduración y el crecimiento personal, entendido éste como la sustitución mejorada de mis prejuicios por ideas justificadas y justificables ante los demás en un espacio público democrático.

A su vez, las posibilidades de manipulación y control crecen, fundamentalmente porque no son conocidas ni transparentes respecto al usuario y además residen en grupos minoritarios con su idiosincrasia particular. Google, Amazon, Acxiom, Netflix y otros grandes grupos empresariales, desean ante todo vivir de la publicidad, perfilar hasta el detalle sus ofertas y oportunidades de venta. Y ello sólo puede ocurrir disponiendo del alud de datos que vamos aportando de forma explícita pero también de modo silencioso y preocupantemente opaco en cada clic de nuestro dispositivo digital. Tales gestores y publicistas, más toda la red de empresas que buscan segmentar y acotar el blanco de sus bienes o servicios, disponen y pujan por nuestros datos como fuente de su enriquecimiento. La entrega de nuestros datos a robots y algoritmos diseñados por las grandes corporaciones de servicios en la red, es el objeto del deseo de todo tipo de empresas. Estas suelen ser opacas en la política respecto a sus clientes y disponen de ellos como quieren. Controlan nuestros datos para con ellos modelar nuestra conciencia, intereses y necesidades.

Nuestra identidad digital, la que capturan y estudian estas empresas, se construye, como hemos dicho, a partir del grafo digital, el rastro de clics, y éste suele obedecer a la compulsión del presente y lo emocional. Es por lo tanto sesgado. En él se impone el quiero o me gusta respecto al debo, propagándose una parte fragmentada de mi identidad que tendrá a su vez la capacidad de modelarme en la medida que los filtros me la hagan fácilmente atractiva.

La llegada de servicios, datos y noticias que encajen amable y fácilmente con ese perfil tenderán a consolidarlo en detrimento de otras opciones vitales que irán languideciendo irremisiblemente. Lo amable y emocional ganará por goleada a todo aquello que exija crítica, trabajo y reflexión. Al final los asistentes digitales no solo ayudarán a decidir, sino que quizás tomen el control de una vida extrañamente inmadura y sutilmente manipulada.

La propia imagen del mundo también es susceptible de definirse y abrirse paso a través de los sesgos de la personalización. Con ellos la realidad, lo común y objetivo de referencia, se estrecha borrándose todos los aspectos que me resultan desagradables, complejos, disidentes conmigo y con lo uniforme en la red, o simplemente penosos. Literalmente el mundo común se difumina y hasta desaparece y con ello el espacio compartido, el mundo común y abierto que va más allá de mi óptica y mis intereses, lo esencial para una democracia. Vivimos, como el título sugiere, en extrañas burbujas.

Al final del libro, nuestro autor alerta de que es el momento de tomar conciencia, tanto los gobiernos como sobre todo los ciudadanos, esos millones de usuarios que no deben aceptar simplemente que el precio a pagar por tener redes y servicios gratis es entregar impunemente sus datos. Hay que cambiar esa mentalidad exigiendo vigilancia, controles gubernamentales, defensores de los usuarios, y transparencia en las empresas respecto a su política de uso de datos.

Quizás, con esta mayor conciencia, estemos aún a tiempo de que el sueño de internet no acabe finalmente convertido en una pesadilla que ni las peores distopías podían imaginar. Eli Pariser ha contribuido con su libro a hacer un importante paso en esa dirección.

Javier Hernández, profesor de Filosofía del INS L’Alzina

Leave a Reply

Your email address will not be published.